lunes, 13 de agosto de 2012

Introducción

Hualqui, es una localidad ubicada a 24 kilómetros de nuestra capital provincial, Concepción, VIII Región.  Como muchos lugares de este hermoso Chile, esta comuna no está exenta de mitos y leyendas las cuales se han ido traspasando de boca en boca, hasta llegar a ser plasmadas en escritos.  Es así como en esta oportunidad, he querido destacar, a través de este medio de comunicación, las Leyendas más conocidas que, de alguna forma, le dan identidad, misterio y vida a cada uno de los rincones y sectores de nuestro hermoso Hualqui.









"La Maldición de la Machi"

Esta leyenda, es, de acuerdo a muchos hualquinos, la responsable de que este pueblo no haya presentado mayores adelantos a través de su historia, por lo que Hualqui, aún sigue luchando y tratando de revertir esta famosa "maldición".


La “Maldición de la Machi” tiene su origen en la desgraciada historia de amor protagonizada por los hijos de los caciques del pueblo de Quilacoya y Hualqui, quienes al no poder cristalizar su amor debido a la tenaz oposición de sus padres, decidieron casarse para luego lanzarse a las torrentosas aguas del gran Bío Bío convencidos de que sólo la muerte podía unirlos eternamente. Cuenta la leyenda que al momento de lanzarse sobre el río, sus cuerpos se golpearon en unas piedras blancas, las que se tiñeron completamente de rojo con la sangre derramada. Fue entonces que la machi de la tribu de Quilacoya montó en colera al saber lo sucedido, y en medio de su ira lanzó su famosa maldición a todos los habitantes de Hualqui y sus descendientes diciendo:” Este pueblo no surgirá mientras las piedras no se laven y vuelvan a su color natural: el blanco”. Y fue así como esta historia corrió de generación en generación a lo largo de los siglos, una historia que ha servido para que muchos hualquinos justifiquen el prolongado atraso de esta hermosa ciudad. Sin embargo, hoy en día pareciera que la vieja maldición ha desaparecido para siempre debido al hallazgo y explotación del cuarzo, una piedra blanca que de manera simbólica ha logrado borrar aquellas manchas de sangre de los dos jóvenes enamorados que dieron origen a esta historia.-


"El Castillo o la Casa Embrujada"

Esta Leyenda tiene su origen en  una muy antigua propiedad de la cual, aún existen vestigios, luego de un lamentable incendio, tragedia que casi termina con su destrucción total.  Es llamada Castillo o Casa embrujada, debido a que en sus costados tenía unas torres en punta, lo que la hacía parecer más un castillo o una  mansión que, una simple casa.

Esta misteriosa casona se encuentra  en las afueras de Hualqui y a un costado del camino que conduce hacia Quilacoya.

Según cuenta la gente, sus dueños eran ricos e influyentes y no faltó quien comentara que aquella riqueza provenía de un pacto que tenían con el demonio, el que a cambio de las almas de la servidumbre, se comprometía cada año en entregar una gran fortuna. Pasó el tiempo y la servidumbre se acabó. Ya nadie quería trabajar como sirviente en aquella casa. Fue entonces que el demonio le solicitó al dueño su única y hermosa hija que aún permanecía sin casarse. Nadie sabe lo que aconteció después, y de un día para otro la casona fue abandonada. Algunos vecinos que han pasado por los contornos durante las frías noches de invierno, a eso de la medianoche, aseguran haber visto pasear por la vieja casa a la bella hija solicitada por el demonio enteramente vestida de novia. También dicen que bajo la casona existe un oscuro subterráneo desde donde se escuchan cada noche extraños ruidos. Tal vez son los lamentos de la infinidad de almas que se llevó el demonio alguna vez y que hoy rondan junto a la bella novia por los oscuros rincos de esa casona que hoy está abandonada...al parecer.-




"La Piedra o Cerro con Costillas"

Distante algunos kilómetros de Hualqui y tal vez más cercana a la vecina localidad de Quilacoya, el mismo lugar donde don Pedro de Valdivia estableció una encomienda en el siglo XVI atraído por la riqueza aurífera, encontramos algunos extraños restos arqueológicos que pocos han investigado y que al pasar de los años han dado lugar a una serie de relatos.

Según los libros de historia tradicionales, la influencia inca sobre el actual territorio chileno se habría ejercido con cierta intensidad hasta la zona del río Maule. Sin embargo, en el sector mencionado se han encontrado elementos que evidencian la llegada de los incas a estos lugares, es decir, hasta las mismas riberas del gran Bío Bío.

El hallazgo realizado en uno de los cerros más altos de la zona, estaba formado por un serie de inmensas piedras intencionalmente dispuestas y que presentaban extraños dibujos que, al decir de algunos, pertenecían a la cultura Inca del Perú. Esto hizo suponer la existencia de un lugar de adoración de los dioses incásicos donde se sacrificaban jóvenes de ambos sexos que, según la tradición oral, eran previamente embriagados y atados uno junto al otro para luego ser enterrados vivos. Verdad o mera imaginación de la gente, lo cierto es que el hallazgo existió y más de algún cronista colonial hace referencia de este hecho.

El “Cerro o Piedra de La Costilla”, lugar donde se encontraron estas evidencias de la presencia inca en la zona, recibe este singular nombre por la similitud que presentan las piedras que rodean el paraje con esta parte del cuerpo humano. Desde su descubrimiento fue visitado por muchos curiosos, deseosos unos de investigar con buenas intenciones este oásis arqueológico y otros con desmedida ambición. Se cuenta que en cierta ocasión un misterioso hombre osó partir las piedras con dinamita con el afán de encontrar algún tesoro, destruyendo de esta forma un patrimonio histórico que seguramente guardaba secretos mucho más valiosos que un frío y oculto tesoro...que nunca se encontró.-

"El Árbol del Amor"

Hace muchísimos años, tantos que ya no hay nadie vivo para contarlo, en un pequeño y verde valle alejado de la localidad de Hualqui, vivía junto a su padre una hermosa indiecita llamada Aimey. Todo comenzó cuando las hojas comenzaban a caer mansamente a finales del verano y Aimey ayudaba a su padre a recoger las primeras uvas de la temporada:

- Hija - le dijo su padre uno de esos días - Mañana me acompañarás a Hualqui porque necesito que me ayudes a vender las pieles de conejo que guardo tras la casa.
Aimey asintió de inmediato pues siempre gustaba acompañar a su padre en todos sus quehaceres.
Al día siguiente y muy de madrugada iniciaron el largo camino hacia Hualqui.


La venta de las pieles fue buena, y entre el ruido del pequeño mercado que se había improvisado a lo largo de una calle polvorienta, la niña indígena iba y venía disfrutando de la libertad que le daban sus juveniles años. Pero al final del día y cuando todos se preparaban para el regreso a casa, Aimey divisó entre la multitud a un joven esbelto y tan moreno como ella. Sin darse cuenta quedó embelesada frente a los ojos de aquel muchacho que también le respondía la mirada con infinita ternura. El amor no tardó en llegar, como el otoño, atrapando los dos corazones que se unieron a la distancia. El tiempo y la lejanía no fueron obstáculo para volver a encontrarse todas las veces que fuese posible, ya sea en el campo o cada vez que viajaban al pueblo con su padre a vender sus cosechas. El cariño que sentían iba creciendo con la misma fuerza que crecía el viento otoñal. Sin embargo, la madre de Aimey se opuso tenazmente al romance cuando se enteró de lo que sucedía porque consideraba que su hija era aún muy pequeña y porque el pretendiente era muy pobre.

- ¡ No posee ovejas, ni tierras ! - exclamaba, a pesar de la insistencia de Aimey por hacer valer más el amor que las cosas materiales.


Sin embargo, Aimey no hizo caso a las advertencias y continuó juntándose con el joven muchacho. Entonces la madre buscó a una viejecilla a objeto de eliminar al pretendiente. Sin duda que lo logró, tal vez de qué forma y a través de qué hechizo, más el amado joven de tez morena jamás regresó. Aimey, desconsolada, intentó persuadir a la viejecilla, pero pronto se dio cuenta que el hechizo era irreversible y que nunca más volvería a ver a su amado. La viejecilla, al ver el llanto desconsolado de la pequeña Aimey, le dijo que la única forma de encontrarse con su amado era a través del dios del mal, es decir, el Diablo.


Una noche de San Juan, día preciso según lo aconsejó la viejecilla, y a orillas de un río, Aimey tuvo su primera conversación con el rey de las tinieblas. Las carcajadas retumbaron entre los cerros cuando la indiecita comenzó a relatarle su problema, y tan pronto hubo callado prosiguió escuchándola.  
- Mírame- le dijo Aimey - Yo sé que nunca más podré ver a mi amado, y por eso te ofrezco mi vida si me concedes un deseo.

- ¿ Y...cuál es ? - consultó malévolamente Satanás.


- Deseo que me conviertas en un árbol, el árbol más bello e iluminado de esta región, para que todo aquel que venga a mí y llore y se lamente de no poder compartir con su amado, pueda cumplir su deseo con el solo hecho de mirarme.

"El Agua del Obispo"


A escasa distancia de Hualqui, junto al río Bío Bío y a orillas del camino que conduce a la vecina ciudad de Chiguayante, se encuentra un lugar que recibe este singular nombre. Fue en tiempos pasados detención obligada de los viejos ferrocarriles a vapor que debían abastecerse de agua. El viajero que venía en tren por primera vez a Concepción, contemplando extasiado la plácida majestad del río, se sorprendía cuando de pronto el conductor avisaba: “¡El Agua del Obispo!”. ¿ De dónde viene este nombre tan curioso?

Monseñor Reinaldo Muñoz Olave en su libro “Rasgos biográficos de Eclesiásticos de Concepción, 1552-1818”, al hacer la biografía del Obispo de La Concepción don Francisco José Marán, que gobernó desde 1780 hasta 1795, recuerda un episodio que ocurrió cuando el prelado volvía a la diócesis: Dice el historiador: “ Después de una ardiente jornada de verano, hizo alto con su comitiva en un paraje poco distante del pueblo de Hualqui para tomar un corto descanso bajo el ramaje de algunos corpulentos robles que ofrecían amigable sombra. A la vista de los viajeros se extendía un hermoso panorama: el Bío Bío en una de esas rápidas y caprichosas vueltas que le obligan a dar los cerros entre los cuales corre aprisionado...” “Junto casi a la comitiva brotaba una fuente de agua cristalina y pura que de solo mirarla se hacía apetecible, y tanto más cuanto que, con el suave murmullo que la corriente producía entre las piedras, se ofrecía espontáneamente llamando la atención de los viajeros fatigados por la marcha y el calor. Acercose el obispo a beber de aquella agua con tal fruición que exclamó: ¡ Bendito sea Dios, que en su sabiduría supo dar tal majestad y belleza a estos encantadores paisajes y bendito sea porque en su bondad le dio a la tierra tanta fecundidad para producir de sus entrañas este purísimo manantial...y levantando su diestra en alto y con voz grave y reposada (dijo): - ¡ Bendiga el cielo esta fuente, así como la bendigo yo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu santo !.” Esta es la historia que supieron los vecinos y la contaron a su saber y entender. Esta es la historia del “Agua del Obispo” relatada por otro obispo. Y para aquellos que visitan nuestra Comuna y deseen encontrar a orillas del camino aquel manantial cristalino, sólo deben mirar hacia lo alto del cielo pues allí nace.



"El Fantasma de la Viña"


Un tal señor Olivera era dueño de una hermosa viña que cada año le entregaba frutos en abundancia. Sin embargo, ocurrió cierta vez y justo en la temporada previa a la vendimia, un suceso inédito en aquellos lugares: la aparición de un fantasma recorriendo los viñedos cada noche.

Lo describían como una criatura gorda y con cachos. El señor Olivera, aterrado también por aquellas imprevistas apariciones, buscó entre los peones más osados a objeto de que pudieran cuidarle la viña, pero ni aún ellos se atrevían a realizar tal trabajo. Ante tal eventualidad, el dueño tuvo la buena idea de contratar a un muchacho que tenía los sentidos perturbados y que por lo tanto no tendría miedo de enfrentar a aquel fantasma.
Y así ocurrió a la noche siguiente. Escondido tras los arbustos de la orilla y llevando un inmenso garrote, el joven muchacho aguardó con ansiedad la aparición de aquel ser misterioso. No tuvo que esperar demasiado pues pronto se dejó ver aquella figura espectral. El muchacho esperó pacientemente que se aproximara a una de las orillas, y cuando lo tuvo cerca salió de su escondite dando gritos y saltos llevando el garrote en alto con la amenaza de propinarle una paliza. Si resultaba raro ver un fantasma por aquellos lados, más aún en una viña, más raro fue verlo asustado de tanto alarido mientras intentaba huir con torpeza a través de las alambradas. En una de ellas quedó enganchado sin poder zafarse y de inmediato comenzó a recibir una lluvia de palos que lo obligaron a pedir auxilio. El muchacho, extrañado por los gritos angustiados del fantasma, tiró de la la sábana, y cuál sería su sorpresa al ver a una viejecilla agarrada de dos inmensos canastos afirmados a dos palos. Eso explicaba la gordura y los cachos que caracterizaban a aquel singular fantasma.
Esa fue la historia que después se supo y que la gente comenzó a divulgar por los contornos. Y esa también fue la historia que dio origen a la “Viña del Fantasma” , productora de unos vinos “de miedo”. De la pícara viejecilla nunca más se supo, tal vez porque comprendió que los verdaderos fantasmas existen para asustar a la gente y no para ser asustados, ni menos para robar uvas.-