lunes, 13 de agosto de 2012

Introducción

Hualqui, es una localidad ubicada a 24 kilómetros de nuestra capital provincial, Concepción, VIII Región.  Como muchos lugares de este hermoso Chile, esta comuna no está exenta de mitos y leyendas las cuales se han ido traspasando de boca en boca, hasta llegar a ser plasmadas en escritos.  Es así como en esta oportunidad, he querido destacar, a través de este medio de comunicación, las Leyendas más conocidas que, de alguna forma, le dan identidad, misterio y vida a cada uno de los rincones y sectores de nuestro hermoso Hualqui.









"La Maldición de la Machi"

Esta leyenda, es, de acuerdo a muchos hualquinos, la responsable de que este pueblo no haya presentado mayores adelantos a través de su historia, por lo que Hualqui, aún sigue luchando y tratando de revertir esta famosa "maldición".


La “Maldición de la Machi” tiene su origen en la desgraciada historia de amor protagonizada por los hijos de los caciques del pueblo de Quilacoya y Hualqui, quienes al no poder cristalizar su amor debido a la tenaz oposición de sus padres, decidieron casarse para luego lanzarse a las torrentosas aguas del gran Bío Bío convencidos de que sólo la muerte podía unirlos eternamente. Cuenta la leyenda que al momento de lanzarse sobre el río, sus cuerpos se golpearon en unas piedras blancas, las que se tiñeron completamente de rojo con la sangre derramada. Fue entonces que la machi de la tribu de Quilacoya montó en colera al saber lo sucedido, y en medio de su ira lanzó su famosa maldición a todos los habitantes de Hualqui y sus descendientes diciendo:” Este pueblo no surgirá mientras las piedras no se laven y vuelvan a su color natural: el blanco”. Y fue así como esta historia corrió de generación en generación a lo largo de los siglos, una historia que ha servido para que muchos hualquinos justifiquen el prolongado atraso de esta hermosa ciudad. Sin embargo, hoy en día pareciera que la vieja maldición ha desaparecido para siempre debido al hallazgo y explotación del cuarzo, una piedra blanca que de manera simbólica ha logrado borrar aquellas manchas de sangre de los dos jóvenes enamorados que dieron origen a esta historia.-


"El Castillo o la Casa Embrujada"

Esta Leyenda tiene su origen en  una muy antigua propiedad de la cual, aún existen vestigios, luego de un lamentable incendio, tragedia que casi termina con su destrucción total.  Es llamada Castillo o Casa embrujada, debido a que en sus costados tenía unas torres en punta, lo que la hacía parecer más un castillo o una  mansión que, una simple casa.

Esta misteriosa casona se encuentra  en las afueras de Hualqui y a un costado del camino que conduce hacia Quilacoya.

Según cuenta la gente, sus dueños eran ricos e influyentes y no faltó quien comentara que aquella riqueza provenía de un pacto que tenían con el demonio, el que a cambio de las almas de la servidumbre, se comprometía cada año en entregar una gran fortuna. Pasó el tiempo y la servidumbre se acabó. Ya nadie quería trabajar como sirviente en aquella casa. Fue entonces que el demonio le solicitó al dueño su única y hermosa hija que aún permanecía sin casarse. Nadie sabe lo que aconteció después, y de un día para otro la casona fue abandonada. Algunos vecinos que han pasado por los contornos durante las frías noches de invierno, a eso de la medianoche, aseguran haber visto pasear por la vieja casa a la bella hija solicitada por el demonio enteramente vestida de novia. También dicen que bajo la casona existe un oscuro subterráneo desde donde se escuchan cada noche extraños ruidos. Tal vez son los lamentos de la infinidad de almas que se llevó el demonio alguna vez y que hoy rondan junto a la bella novia por los oscuros rincos de esa casona que hoy está abandonada...al parecer.-




"La Piedra o Cerro con Costillas"

Distante algunos kilómetros de Hualqui y tal vez más cercana a la vecina localidad de Quilacoya, el mismo lugar donde don Pedro de Valdivia estableció una encomienda en el siglo XVI atraído por la riqueza aurífera, encontramos algunos extraños restos arqueológicos que pocos han investigado y que al pasar de los años han dado lugar a una serie de relatos.

Según los libros de historia tradicionales, la influencia inca sobre el actual territorio chileno se habría ejercido con cierta intensidad hasta la zona del río Maule. Sin embargo, en el sector mencionado se han encontrado elementos que evidencian la llegada de los incas a estos lugares, es decir, hasta las mismas riberas del gran Bío Bío.

El hallazgo realizado en uno de los cerros más altos de la zona, estaba formado por un serie de inmensas piedras intencionalmente dispuestas y que presentaban extraños dibujos que, al decir de algunos, pertenecían a la cultura Inca del Perú. Esto hizo suponer la existencia de un lugar de adoración de los dioses incásicos donde se sacrificaban jóvenes de ambos sexos que, según la tradición oral, eran previamente embriagados y atados uno junto al otro para luego ser enterrados vivos. Verdad o mera imaginación de la gente, lo cierto es que el hallazgo existió y más de algún cronista colonial hace referencia de este hecho.

El “Cerro o Piedra de La Costilla”, lugar donde se encontraron estas evidencias de la presencia inca en la zona, recibe este singular nombre por la similitud que presentan las piedras que rodean el paraje con esta parte del cuerpo humano. Desde su descubrimiento fue visitado por muchos curiosos, deseosos unos de investigar con buenas intenciones este oásis arqueológico y otros con desmedida ambición. Se cuenta que en cierta ocasión un misterioso hombre osó partir las piedras con dinamita con el afán de encontrar algún tesoro, destruyendo de esta forma un patrimonio histórico que seguramente guardaba secretos mucho más valiosos que un frío y oculto tesoro...que nunca se encontró.-

"El Árbol del Amor"

Hace muchísimos años, tantos que ya no hay nadie vivo para contarlo, en un pequeño y verde valle alejado de la localidad de Hualqui, vivía junto a su padre una hermosa indiecita llamada Aimey. Todo comenzó cuando las hojas comenzaban a caer mansamente a finales del verano y Aimey ayudaba a su padre a recoger las primeras uvas de la temporada:

- Hija - le dijo su padre uno de esos días - Mañana me acompañarás a Hualqui porque necesito que me ayudes a vender las pieles de conejo que guardo tras la casa.
Aimey asintió de inmediato pues siempre gustaba acompañar a su padre en todos sus quehaceres.
Al día siguiente y muy de madrugada iniciaron el largo camino hacia Hualqui.


La venta de las pieles fue buena, y entre el ruido del pequeño mercado que se había improvisado a lo largo de una calle polvorienta, la niña indígena iba y venía disfrutando de la libertad que le daban sus juveniles años. Pero al final del día y cuando todos se preparaban para el regreso a casa, Aimey divisó entre la multitud a un joven esbelto y tan moreno como ella. Sin darse cuenta quedó embelesada frente a los ojos de aquel muchacho que también le respondía la mirada con infinita ternura. El amor no tardó en llegar, como el otoño, atrapando los dos corazones que se unieron a la distancia. El tiempo y la lejanía no fueron obstáculo para volver a encontrarse todas las veces que fuese posible, ya sea en el campo o cada vez que viajaban al pueblo con su padre a vender sus cosechas. El cariño que sentían iba creciendo con la misma fuerza que crecía el viento otoñal. Sin embargo, la madre de Aimey se opuso tenazmente al romance cuando se enteró de lo que sucedía porque consideraba que su hija era aún muy pequeña y porque el pretendiente era muy pobre.

- ¡ No posee ovejas, ni tierras ! - exclamaba, a pesar de la insistencia de Aimey por hacer valer más el amor que las cosas materiales.


Sin embargo, Aimey no hizo caso a las advertencias y continuó juntándose con el joven muchacho. Entonces la madre buscó a una viejecilla a objeto de eliminar al pretendiente. Sin duda que lo logró, tal vez de qué forma y a través de qué hechizo, más el amado joven de tez morena jamás regresó. Aimey, desconsolada, intentó persuadir a la viejecilla, pero pronto se dio cuenta que el hechizo era irreversible y que nunca más volvería a ver a su amado. La viejecilla, al ver el llanto desconsolado de la pequeña Aimey, le dijo que la única forma de encontrarse con su amado era a través del dios del mal, es decir, el Diablo.


Una noche de San Juan, día preciso según lo aconsejó la viejecilla, y a orillas de un río, Aimey tuvo su primera conversación con el rey de las tinieblas. Las carcajadas retumbaron entre los cerros cuando la indiecita comenzó a relatarle su problema, y tan pronto hubo callado prosiguió escuchándola.  
- Mírame- le dijo Aimey - Yo sé que nunca más podré ver a mi amado, y por eso te ofrezco mi vida si me concedes un deseo.

- ¿ Y...cuál es ? - consultó malévolamente Satanás.


- Deseo que me conviertas en un árbol, el árbol más bello e iluminado de esta región, para que todo aquel que venga a mí y llore y se lamente de no poder compartir con su amado, pueda cumplir su deseo con el solo hecho de mirarme.

"El Agua del Obispo"


A escasa distancia de Hualqui, junto al río Bío Bío y a orillas del camino que conduce a la vecina ciudad de Chiguayante, se encuentra un lugar que recibe este singular nombre. Fue en tiempos pasados detención obligada de los viejos ferrocarriles a vapor que debían abastecerse de agua. El viajero que venía en tren por primera vez a Concepción, contemplando extasiado la plácida majestad del río, se sorprendía cuando de pronto el conductor avisaba: “¡El Agua del Obispo!”. ¿ De dónde viene este nombre tan curioso?

Monseñor Reinaldo Muñoz Olave en su libro “Rasgos biográficos de Eclesiásticos de Concepción, 1552-1818”, al hacer la biografía del Obispo de La Concepción don Francisco José Marán, que gobernó desde 1780 hasta 1795, recuerda un episodio que ocurrió cuando el prelado volvía a la diócesis: Dice el historiador: “ Después de una ardiente jornada de verano, hizo alto con su comitiva en un paraje poco distante del pueblo de Hualqui para tomar un corto descanso bajo el ramaje de algunos corpulentos robles que ofrecían amigable sombra. A la vista de los viajeros se extendía un hermoso panorama: el Bío Bío en una de esas rápidas y caprichosas vueltas que le obligan a dar los cerros entre los cuales corre aprisionado...” “Junto casi a la comitiva brotaba una fuente de agua cristalina y pura que de solo mirarla se hacía apetecible, y tanto más cuanto que, con el suave murmullo que la corriente producía entre las piedras, se ofrecía espontáneamente llamando la atención de los viajeros fatigados por la marcha y el calor. Acercose el obispo a beber de aquella agua con tal fruición que exclamó: ¡ Bendito sea Dios, que en su sabiduría supo dar tal majestad y belleza a estos encantadores paisajes y bendito sea porque en su bondad le dio a la tierra tanta fecundidad para producir de sus entrañas este purísimo manantial...y levantando su diestra en alto y con voz grave y reposada (dijo): - ¡ Bendiga el cielo esta fuente, así como la bendigo yo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu santo !.” Esta es la historia que supieron los vecinos y la contaron a su saber y entender. Esta es la historia del “Agua del Obispo” relatada por otro obispo. Y para aquellos que visitan nuestra Comuna y deseen encontrar a orillas del camino aquel manantial cristalino, sólo deben mirar hacia lo alto del cielo pues allí nace.



"El Fantasma de la Viña"


Un tal señor Olivera era dueño de una hermosa viña que cada año le entregaba frutos en abundancia. Sin embargo, ocurrió cierta vez y justo en la temporada previa a la vendimia, un suceso inédito en aquellos lugares: la aparición de un fantasma recorriendo los viñedos cada noche.

Lo describían como una criatura gorda y con cachos. El señor Olivera, aterrado también por aquellas imprevistas apariciones, buscó entre los peones más osados a objeto de que pudieran cuidarle la viña, pero ni aún ellos se atrevían a realizar tal trabajo. Ante tal eventualidad, el dueño tuvo la buena idea de contratar a un muchacho que tenía los sentidos perturbados y que por lo tanto no tendría miedo de enfrentar a aquel fantasma.
Y así ocurrió a la noche siguiente. Escondido tras los arbustos de la orilla y llevando un inmenso garrote, el joven muchacho aguardó con ansiedad la aparición de aquel ser misterioso. No tuvo que esperar demasiado pues pronto se dejó ver aquella figura espectral. El muchacho esperó pacientemente que se aproximara a una de las orillas, y cuando lo tuvo cerca salió de su escondite dando gritos y saltos llevando el garrote en alto con la amenaza de propinarle una paliza. Si resultaba raro ver un fantasma por aquellos lados, más aún en una viña, más raro fue verlo asustado de tanto alarido mientras intentaba huir con torpeza a través de las alambradas. En una de ellas quedó enganchado sin poder zafarse y de inmediato comenzó a recibir una lluvia de palos que lo obligaron a pedir auxilio. El muchacho, extrañado por los gritos angustiados del fantasma, tiró de la la sábana, y cuál sería su sorpresa al ver a una viejecilla agarrada de dos inmensos canastos afirmados a dos palos. Eso explicaba la gordura y los cachos que caracterizaban a aquel singular fantasma.
Esa fue la historia que después se supo y que la gente comenzó a divulgar por los contornos. Y esa también fue la historia que dio origen a la “Viña del Fantasma” , productora de unos vinos “de miedo”. De la pícara viejecilla nunca más se supo, tal vez porque comprendió que los verdaderos fantasmas existen para asustar a la gente y no para ser asustados, ni menos para robar uvas.-

"El Monje de Unihue Alto"

Unihue, también es un hermoso sector rural de Hualqui. Su gente muy amistosa y amable también cuenta su historias y leyendas.


Unihue, voz mapuche que significa “lugar de camarones”, es también un lugar de un rico pasado histórico que ha dado lugar a muchos relatos. Es así como señalan los vecinos de la existencia de un extraño paraje que denominan indistintamente como “Unihue Alto” o “El Chupón”. Cuentan que en ese lugar existió durante la Colonia una activa misión jesuita encargada de asistir cristianamente a los indígenas, mestizos y españoles que se establecían en los fuertes de la zona.

Además de la obra evangelizadora, los jesuitas se destacaron por enseñar a los indios algunas técnicas agrícolas, la fabricación de herramientas y la artesanía, todo lo cual fue de gran beneficio para la economía de aquel entonces. Sin embargo, por orden del rey de España en 1767 fueron expulsados todos los jesuitas del país. Desconsolados, los esforzados Padres de la Compañía debieron abandonar lo que por años habían construido, además de dejar a los indios sin la asistencia espiritual que tanto necesitaban. Desde entonces las casas, bodegas y la misma Iglesia se fueron destruyendo lentamente acosadas por el tiempo, y como en aquella época era costumbre enterrar a los difuntos bajo las iglesias, quedaron como mudo testimonio de su existencia los cuerpos de muchos sacerdotes que entregaron sus vidas al servicio del Creador. Algunos lugareños cuentan que en aquel lugar se ven de vez en cuando algunas visiones como las de un monje que camina durante la noche en un intento por revivir aquellos tiempos de heroica labor misionera. Otros señalan que cada año y para el día de Todos los Santos se sienten los cantos y oraciones de una procesión, como las que acostumbraban a realizar periódicamente los jesuitas durante la Colonia. Hoy, junto con las creencias de los lugareños, nada queda de aquella misión y sólo permanece el misterio de las extrañas apariciones que muchos aseguran haber visto y que, como la eterna presencia del Monje de Unihue Alto, se ha transformado en una huella imborrable para los hombres que viven en aquellos apartados lugares de nuestra tierra.-


"El Tesoro de Pedro de Valdivia"


El siglo XVI es el siglo de la Conquista y es también el siglo del oro. Y en ese contexto los lavaderos de Quilacoya ubicados en nuestra comuna de Hualqui jugaron un papel muy importante. Sabemos que don Pedro de Valdivia trabajó los lavaderos de Quilacoya poco después de fundar la ciudad de Concepción hacia 1550 en lo que es hoy Penco. Tres años después, en 1553, y tras una apreciable riqueza acumulada, la sublevación indígena se hizo latente al sur del Bío Bío destruyendo el fuerte de Tucapel. Acudiendo a su socorro desde Concepción, Valdivia hizo un alto en sus lavaderos de Quilacoya para asegurarse que los indios que allí trabajaban no se sumarían a la rebelión. Sin embargo, poco después de continuar viaje a Tucapel, donde encontró finalmente la muerte, los indígenas se sublevaron abandonando los lavaderos y obligando a los españoles a retirarse hacia el norte.
¿Qué pasó entonces con la inmensa riqueza acumulada en dichos lavaderos ?


Benjamín Vicuña Mackenna en su libro “La Edad del Oro en Chile”, nos relata que “...después de la muerte de Valdivia, las opulantísimas minas de Quilacoya, que en un día natural rendían hasta dos quintales de oro, según lo afirma quien lo viera y lo pesara, fueron precipitadamente desamparadas y no quedó de ellas más memoria que la de dos botijas que junto a unos perales enterró uno de los mayordomos de Valdivia al huir, y que más tarde misterio de encantadores transmutaron de lugar y de sepultura para hacer perder la huella a los ávidos cristianos.”

¿Hubo realmente un tesoro? No cabe duda que así fue, aunque Valdivia no pudo disfrutar de él, ni ninguno de sus compañeros pues el tiempo se encargó de borrar todo indicio acerca de su existencia, pero no pudo borrar la leyenda que de allí nació.


"Quilacoya...¿tres mentiras?


Quilacoya, otro sector de nuestro Hualqui, rico en mitos y leyendas, el cual cada día crece más debido a la muy esperada variante Hualqui-Quilacoya, que fue inaugurada este año a través de la cual, muchos turistas y visitantes han logrado conocer y admirar los bellos y naturales paisajes que rodean estos sectores.

La toponimia regional, fuertemente enraizada en la cultura Mapuche, nos muestra interesantes ejemplos que muchas veces gozan de doble significado, fenómeno que no deja de ser pintoresco. Es lo que pudimos averiguar con el nombre de Quilacoya, pueblo perteneciente a nuestra Comuna de Hualqui y que fue famosa en tiempos de la Conquista al constituir un centro aurífero de gran importancia y en el cual don Pedro de Valdivia poseía una encomienda indígena.

La interpretación más tradicional nos dice que “Quilacoya” significa “Tres Robles” (quila=tres, coya=roble), denominación que seguramente se explica por la gran cantidad de estos árboles existentes en la zona. Por alguna sencilla coincidencia, debieron existir tres de estos árboles que se destacaron en el lugar dando origen así al nombre que hemos señalado.   Sin embargo, logramos encontrar una versión diferente y novedosa acerca del origen del nombre “Quilacoya”. Según esta versión significaría “tres mentiras”, como consecuencia de una anécdota protagonizada entre un grupo de conquistadores y un gran número de indígenas que servían en el trabajo de los lavaderos de oro.

En una noche de fiesta, en donde soldados e indígenas compartían cautelosamente un momento de desahogo frente a tantos sacrificios que demandaba la conquista de esta zona, y cuando el “mudai”(chicha a base de maíz) hacía estragos en la cabeza de los concurrentes, el jefe español ideó audazmente un desfile improvisado de sus tropas a objeto de atemorizar y aquietar los ánimos de los indígenas que en los últimos días venían amenazando con una insurrección.

Sin embargo, el reducido número de soldados en nada iba a contribuir a demostrar la supuesta superioridad española, sino muy por el contrario, entusiasmaría a los indígenas para llevar adelante su levantamiento. Frente a esta disyuntiva, el capitán español preparó un audaz plan destinado a engañar a los indios.
Fue así como el espectáculo no se hizo esperar y ante los ojos sorprendidos de los indígenas, los soldados comenzaron a organizar el desfile haciendo alarde de su disciplina, con las armas brillando frente a las llamas de las fogatas, pasando uno tras otro...en una fila interminable. Aquel desfile parecía que nunca acabaría, y los indios principales se fueron conformando con aquella supuesta superioridad numérica, deshechando la posibilidad de una insurrección.
Pero de súbito uno de los indígenas saltó de entre los cuerpos musculosos y sedientos de sus compañeros y comenzó a gritar:

- ¡ Coila, coila, coila...!

Los soldados continuaron desfilando disciplinadamente ignorando los gritos de aquel indígena mientras se perdían en la oscuridad de los matorrales.

- ¡ Coila, coila, coila...! - insistió poco después y con más energía el indígena, apuntando en forma acusativa a uno de los soldados que marchaba y quien no comprendía el significado de aquellos gritos. El resto de los indios, embebidos en la vorágine de la fiesta, hacían caso omiso de los gritos de su compañero, cuyas palabras se perdieron en la espesura de la selva araucana.

Nadie supo, más que el indio de negros cabellos, acerca del engaño español, quienes para demostrar una supuesta superioridad numérica habían desfilado continuamente dando vueltas en círculo y apoyados por los matorrales y la oscuridad de la noche, de modo que todos desfilaron tres veces frente a los atemorizados indígenas.

Sin embargo, entre las filas españolas se destacaba un soldado calvo que por supuesto no podía pasar desapercibido, más aún cuando le brillaba el cuero cabelludo cada vez que pasaba ante las fogatas. El capitán español no había considerado esa particularidad que en un momento dado hizo peligrar su treta. Afortunadamente, el desesperado indígena que gritaba al darse cuenta del engaño no logró alertar a sus paisanos, quienes estaban cautivados por el alcohol. De este modo los españoles se salvaron “por un pelo” y gracias a sus “tres mentiras”. Esta historia se conoció y se difundió de generación en generación, y para muchos habitantes de Quilacoya ha servido para explicar el verdadero origen del nombre de su pueblo, es decir “Tres Mentiras”.





"El Pozón de Aguas Turbias o Aguas Tibias"


EL río Gomero sirve de límite a nuestra Comuna, así como también es el límite de la provincia de Concepción. La belleza de su recorrido, cayendo por entre los cerros sombreados de pinos, guarda innumerables historias que la gente de los contornos se ha encargado de transmitir. Una de ellas se refiere a un profundo pozón, como tantos otros que hacen descansar el río de tanto en tanto, y que la gente del lugar llama indistintamente como “aguas turbias” o “aguas tibias”. ¿ A qué se deben estos singulares nombres ? ¿ Serán realmente sus aguas turbias o tibias ?.

Al parecer así ocurre cada invierno cuando las lluvias arrastran la tierra llevándola aguas abajo, o cada verano cuando el caudal disminuye y los pozones se detienen a orillas del río para calentarse lentamente bajo el sediento sol. Sin embargo, en el caso del pozón a que nos referimos existe una triste historia que pasamos a contarles: Desde tiempos muy antiguos la gente de los contornos acostumbraba a visitar aquel lugar para lavar sus ropas aprovechando las piedras que estaban en sus orillas. En cierta ocasión una madre se hizo acompañar de su pequeño hijo, y cuando llegaron al pozón encontraron un hermoso cuero de animal estirado sobre las piedras. Aprovechando su blandura, la madre dejó sentado al pequeño niño sobre él, mientras ella se ocupaba en lavar la ropa. Al poco rato, el inocente cuero comenzó a moverse dando señas de vida. De sus costados aparecieron unas inmensas uñas y en sólo un par de segundos envolvió al desgraciado niño y se lo llevó hacia las profundidades del pozón. Fue entonces cuando la madre se dio cuenta de lo ocurrido y en forma desesperada intentó salvar a su hijo que ya desaparecía bajo las aguas. Sin embargo, todo fue en vano. Sus gritos llamaron la atención de algunos campesinos del lugar, los que al llegar se sorprendieron al ver que desde el fondo del profundo pozón comenzaba a salir un chorro turbio que tornó completamente café aquellas aguas. Muy pronto comprendieron que nada podían hacer. Y desde entonces, junto con la imposibilidad de encontrar al niño, aquel pozón no ha dejado de mostrar sus “aguas turbias”, aún cuando el resto del río se muestra cristalino cada verano. Pero... ¿ cómo se explica lo de “aguas tibias”? Pues bien, muchas personas han llegado a contar que una vez que el maléfico cuero se llevó al niño hasta las profundidades, la madre intentó desesperadamente socorrerlo, y mientras lo hacía su profuso llanto fue cayendo al pozón a torrentes hasta dejar las aguas completamente tibias. Dicen que hasta hoy en día están así, turbias y tibias, como si una extraña fuerza las mantuviera tan distintas al resto de las aguas. Y en cuanto al extraño animal, nadie más lo ha visto por aquellos tranquilos y bellos parajes del río Gomero.


"El Toro Endemoniado"


Existió hace algún tiempo en los alrededores de Hualqui, un grupo de campesinos que poseían excelentes tierras agrícolas, y reflejo de aquello eran las abundantes cosechas que cada año obtenían con gran regocijo. Sin embargo, había entre ellos un campesino que a pesar de tener tierras de la misma calidad no sabía trabajarlas y al momento de la cosecha los frutos eran pobres y malos. De esta forma fue envidiando a sus vecinos y junto a su creciente egoísmo fue deseando la ruina para aquéllos. Y como dicen que el mal siempre llama al mal, cierta noche se le presentó el mismísimo demonio para “darle una manito”, y luego de conversar un largo rato, llegaron al siguiente trato.

A cambio del alma del infortunado hombre, el Diablo se comprometía a convertirlo cada noche en un inmenso toro negro con el fin de que pudiera salir al campo a derribar los cercos y destruir los fértiles sembrados de sus vecinos. Así ocurrió cada noche como el diablo lo había prometido, y aquel toro endemoniado fue haciendo de las suyas sin que nadie se atreviera a detenerlo.

Sin embargo, hubo entre aquellos campesinos un hombre que decidió “tomar el toro por las astas” para poner fin a tanta desgracia, y trazando un plan con otros vecinos, pusieron a prueba su audacia. Cierta noche se reunieron a esperarlo, y apenas lo vieron salir del bosque, se lanzaron para lacearlo. Difícil fue mantenerlo quieto, para luego derribarlo, mientras el audaz hombre sacaba un inmenso cuchillo y de una sola pasada terminó por castrarlo. Un enorme bramido lanzó aquel animal despertando a la gente del lugar y entre la desesperación y el dolor, huyó hacia el bosque desprovisto de su honor.

A partir de aquella noche nunca más se supo de aquel animal endemoniado, y los vecinos echaron de menos a aquel campesino desgraciado. Convencidos de que algo le había sucedido fueron a verlo con poco agrado, y como lo encontraron enfermo y con una gran herida entre las piernas, se dieron cuenta de lo que había pasado.
Triste final para aquel hombre desafortunado que pronto murió solo y abandonado, y que además de perder el alma, terminó sus días enfermo y castrado.


Conclusión

Como podrán apreciar, Hualqui  y algunos de sus diferentes sectores tales como Quilacoya, Unihue, Talcamávida, Gomero, pueden ser representados a través de sus Leyendas.  En esta oportunidad se nombran algunas de las tantas leyendas que existen en esta comuna y, dado a que el material es extenso se seguirá publicando a medida que vaya recopilando más y nueva información sobre lo mismo, tratando de agregar imágenes reales para identificar cada una de ellas.

 Los Mitos y Leyendas son un material muy importante que forman parte de nuestras raíces e historia y que nos sirven para identificarnos como sector, comuna, pueblo, ciudad, provincia, región y país.  Importante información que debemos apreciar y tratar de rescatar para no ir perdiendo nuestra identidad.